En tiempos de soledad, aislamiento y dolor, es muy oportuno hablar de empatía. Según la RAE es un sentimiento de identificación con algo o alguien; la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. Es el proceso de entender lo que comunica el otro, aceptándolo, aunque tengamos una opinión distinta y validando sus emociones y sentimientos, porque hemos podido comprenderlos. Podemos desarrollar o mejorar nuestra empatía preguntándonos que nos gustaría escuchar si estuviéramos en el lugar de la persona que comunica y, con el paso del tiempo, nos acostumbraremos a escuchar, que ya no hará falta ni pensar en nosotros antes de contestar, solo acoger lo que el otro expresa, de una forma genuina. Al actuar de forma empática, nuestra comunicación y la forma cómo nos relacionamos puede mejorar sensiblemente.

Por ello, podríamos decir que es imposible relacionarse de forma sana sin empatía, actualmente diría que es prácticamente imposible sobrevivir sin ella. Es por empatía que nos quedamos en casa manteniéndonos en cuarentena, que tomamos los cuidados necesarios tanto para protegernos, como también a los demás, que intentamos estar “cerca” y animar a las personas en como sobrellevarlo, ya sea con una videollamada, un post en las redes sociales, con sencillas palmas en la ventana. 

La empatía nos hace compartir la información, el sufrimiento, la vida. Nos hace pequeños frente al aislamiento, sin abrazos, besos, sin contacto físico afectivo. En un mundo cada vez más digital, percibimos que la conexión frenética vía tecnología es muy útil, pero no nos basta, nos acerca, pero no puede sustituir la proximidad real.

Hay personas que son empáticas desde muy pequeñas, hay otras que no. Quizás dependa de la familia de origen, de las relaciones que establecen y, de forma general, de las experiencias. Pero cuando hablamos de una pandemia global, se hace difícil separarnos del otro, tenemos fronteras, idiomas, kilómetros que de repente ya no sirven para ello, estamos todos en el mismo “barco”. Nuestro planeta se hace diminuto, porque es cuestión de días para que un virus se pueda esparcir de un continente a otro. No podemos ignorar que lo que afecta al “otro” nos afecta también, de forma física, psicológica, económica, política, etc. Independiente del status social, ya no estamos inmunes, no hay nada que nos proteja, excepto la propia especie.

Hace tiempo que la expansión de la consciencia, en un habito sencillo como la meditación, intenta enseñarnos que somos lo mismo, que estamos conectados energéticamente, que esta energía se propaga y que depende de nosotros emanar un tipo de energía u otro. Para los mas escépticos, muchas de estas cosas son chorradas, hasta que estudios empiezan a demostrar los cambios que ocurren con la práctica de la meditación, identificando áreas del cerebro que se iluminan en una tomografía. Hasta que números de infectados y gráficos con curvas exponenciales de contaminación nos orientan a estar reclusos, solos, obligándonos a estar con nosotros mismos, a conocernos, a cuestionar lo que es importante, si este es el camino, si nuestra vida tiene sentido.

No hablamos de problemas lejanos, aislados en un continente olvidado, hablamos de nuestra familia, amigos, rutina, de quienes somos. Así sin mas, todo lo que nos define se paraliza y estamos delante de nosotros mismos, alarmados, buscando cualquier cosa que nos entretenga, desesperados para que algo “ajeno” nos mantenga ocupados, ya que estamos acostumbrados a consumir, a seguir pautas. Nos hemos aislado de nosotros mismos para corresponder a un sistema que de repente colapsa y amenaza no solo nuestra vida estructurada, pero también nuestra salud mental. Aprovechemos el momento para redefinirnos si es necesario, para conectar con nuestros valores, para establecer metas orientadas a partir de ellos, para dejar de intentar llegar a donde ni sabemos si queremos estar.

Es un momento de tensión, preocupación, incertidumbre. Tenemos que aceptarlo, ya que tener miedo o restarle importancia o gravedad no nos va a ayudar, pero tenemos que gestionar el malestar que nos provoca. Podemos elegir como pasar estos días en cuarentena, que actividades realmente nos interesan, con que personas queremos interactuar más y de que manera, qué lugar ocupa el trabajo en nuestras vidas, como manejamos nuestro tiempo de calidad solos, en pareja, en familia o socialmente. Un ejemplo de prioridad puede ser percibir lo que echamos de menos ahora, o cosas que empezamos a hacer y que normalmente no tenemos tiempo. 

Es un período de cambios, de construir y desconstruir, de caos y de equilibrio. Las distancias y los límites están mezclados, confusos, los papeles dejaron de estar claros, y conceptos como tú e yo quedan cortos para definirnos, así que podemos intentar solo ser nosotros, unidos, resilientes y empáticos.

Referencias:

Tang YY, Hölzel BK, Posner MI. The neuroscience of mindfulness meditation. Nat Rev Neurosci. 2015;16(4):213-25.